miércoles, 11 de noviembre de 2020

Adiós, señor Trump

Hay que ver cómo se resiste a convencerse de que no le quieren tanto como creía. Realmente debió de ser muy amargo para usted, rey absoluto de cualquier espacio que ocupe y centro absoluto de cualquier universo en que se encuentre, verse con la sorpresa de que no eran tantos los fieles que le seguían, o al menos no los suficientes. Y más viendo que le ha ganado un rival que era el candidato más viejo de la historia del país y que, con usted enfrente, batió el récord de votos a favor de todas las elecciones. Alguien sin especial carisma, que tiene todas las trazas de ser un presidente de transición. 

El tiempo nos dirá si ha sido usted un buen o mal presidente. Con su imagen de tipo extravagante, incoherente, atrabiliario e impulsivo, con su actitud engreída y su fama de mentiroso (de eso también sabemos algo por aquí), ha sido un ejemplo de un mandato con nubes y claros muy acusados, de seguidores fanáticos hasta la veneración y de detractores que no le pueden ni ver. Lo cierto es que ha bajado el desempleo y mejorado la economía y que ha sido uno de los pocos presidentes de su país que no anduvo metido en guerra alguna; no sé cómo se las arregló, pero hasta logró que el bravucón coreano se callara y dejara de soltar sus baladronadas. Pero, al menos desde fuera, da la impresión de que ha agitado usted aguas muy profundas en su país, más o menos como ha hecho aquí el nuestro. Ya sé que eso es algo común a todos los malos políticos, pero en usted se nota demasiado su obsesión por el poder como un fin en sí mismo y no como un medio para fortalecer la concordia social. También aquí sabemos algo de eso. Mire, eso es lo que el ciudadano de bien no perdona. Que desde el poder se trate de dividir a la sociedad creando bandos ideológicos que enfrenten y crispen a las gentes solo para imponer sus propias ideas es uno de los mayores daños que se puede hacer a un pueblo. 

Yo no sé qué representará usted en la historia de su país. Quizá el reflejo de una época aciaga para la política en su acepción más noble, una época en que coincidió una generación de gobernantes mediocres y con modos de acción basados en la mentira sistemática, la traición a las propias ideas, el populismo más descarado. O acaso la confirmación de que el noble arte de la política va a emprender caminos en los que pierda la grandeza de sus fines y se quede tan solo con la miseria de sus modos. Lo más deprimente, señor Trump, debe de ser esa sensación generalizada de que el mundo va a ser un poco mejor sin usted.

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