Y al final, ¿qué queda de toda esa barahúnda de actos y
manifestaciones que vivimos esta semana del 8 de marzo?. Pues nada. Una
confusión de ideas, un barullo de definiciones, una riada de rencores aflorados
artificialmente y, para una gran mayoría, la sensación de que se trata de
buscar cinco pies al gato en algo que siempre hemos tenido por claro y
sencillo, tal como son las cosas que nos da la naturaleza. Esas señoras
feministas que han llegado al poder y que tratan de modelar a su gusto nuestras
opiniones y de dictar nuestro modo de actuar según su criterio, incluso en los
aspectos más reservados de nuestra vida, parecen estar seguras de ser el
ejército de salvación que viene a abrirnos los ojos sobre algo que nunca
entendimos muy bien. Hablan con el tono de no admitir réplica y con la
seguridad impostada que da el poder, pero al mismo tiempo con la suficiencia
del ignorante y la condescendencia de quien destapa ante el pobre lego el tarro
de su sabiduría. En su inmensa prepotencia ni siquiera se dan cuenta de los
disparates que sueltan ni de las sonrisas de conmiseración que levantan.
No saben bien estas preclaras musas el daño que están haciendo al
auténtico movimiento feminista y al mundo de la mujer en general. Con sus leyes
han puesto en la calle a un buen número de violadores y pederastas, y con sus
ideas adanistas han creado una confusión de conceptos que hace difícil situar
cada uno en un lugar comprensible. Hasta 37 géneros sexuales y 10 orientaciones
específicas han encontrado entre nosotros, según el documento que han mandado a
la Policía para que todos sean tratados correctamente; la verdad es que la
lista podría pasar por un poema dadaísta escrito en una noche de absenta. Además,
han dividido al movimiento feminista minusvalorando a las verdaderas luchadoras
por la causa de la mujer, esas que llevan años en el empeño de conseguir
derechos para ella sin aspavientos histriónicos y con las ideas bien
delimitadas, sin confusión en cuanto a género y sexo; han creado un espectáculo
difícil de poder ser tomado en serio y, lo peor, han puesto a la mujer en un injusto
lugar ante las dudas de que el puesto que ocupa lo haya conseguido por la ley
de la paridad y no por su valía.
¿Qué es una mujer? le preguntaron a una de las ministras después
de que ésta hubiese soltado una de sus ininteligibles peroratas. La ministra
frunció el ceño y contestó algo que no tenía nada que ver. Miles de años de
civilización y de convivencia de ambos sexos en este planeta y la ministra de
Igualdad no sabe qué es una mujer.
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