miércoles, 22 de febrero de 2023

Nuestro mejor patrimonio

No estaría de más que tomáramos conciencia de una vez de que tenemos una de las más hermosas lenguas que existen y que es nuestro deber cuidarla y protegerla, aunque no sea más que por orgullo propio. Esto del idioma es como la naturaleza o como los monumentos artísticos, que los agredimos con total alevosía, sin pararnos a pensar que no son nuestros y que no tienen defensa alguna. Y aún en el caso de los dos primeros todavía pueden contar con alguna legislación a su favor, pero el idioma ni siquiera eso. El idioma sólo cuenta con la cultura, el cariño y el buen gusto de sus hablantes.
Que debiera bastar si fueran intensos, pero no lo son, ni mucho menos. Observen ustedes la intervención de cualquiera que salga por la pantalla o por el micrófono, desde políticos a tertulianos sin denominación de origen, deportistas, actores o alguno de esos personajes que uno nunca acaba de saber por qué están de moda, a todos, con las debidas y honrosísimas excepciones, que por suerte las hay. Observen y les oirán decir continuamente cosas, por ejemplo, como estas:
Yo soy de los que creo... en lugar de yo soy de los que creen... Si el sujeto está en plural, el verbo ha de estarlo también. Parece elemental.
Yo pienso de que... Introduciendo con de oraciones dependientes de verbos que no rigen ninguna preposición. El omnipresente y vulgar dequeísmo.
En relación a... Omitiendo la preposición con, que es la que exige esta construcción.
Son tres simples muestras tomadas sin ánimo de aburrir al lector. Cabría hablar también del detrás tuyo, a través mío, el puesto doceavo, la dije, y docenas de cosas así.
Y ¿qué hacen los profesores de lengua y todos los que tienen algo que ver en la enseñanza del idioma? Pues es de creer que todo lo que pueden y saben, aunque también aquí hay excepciones.
Tenemos una lengua hermosa y universal y la miramos con la indiferencia que el rico de cuna mira sus millones. Una lengua que, como sabe cualquiera que haya cogido una pluma, se adapta de una forma inverosímil al concepto hasta convertirlo sin dificultad en imagen mental. En eufonía tal vez sólo la gana el italiano; en riqueza léxica, muy pocas; en precisión, ninguna.
Esta lengua, viva y de enorme proyección, sufre los peores ataques desde su propio seno. De los que la desprecian a la hora de denominar sus establecimientos o sus productos; de los que desfiguran con toda desfachatez sus palabras para crear el léxico de otra lengua que apenas lo tiene; de la moda de los jóvenes, cuyo lenguaje está muy poco por encima del monosílabo incoherente; del esnobismo y papanatismo de muchos, que la atiborran de términos extraños e innecesarios; de la mala intención de algunos; de la ignorancia de otros. A veces ni siquiera se la llama por su denominación correcta, el español, y se prefiere tomar el nombre de una parte por el del todo. Pues por encima de todas las coyunturas, por encima de los personajes y personajillos que agitan nuestra actualidad, por encima de cualquier circunstancia y situación, por importantes que traten de hacérnoslas ver, ha de estar nuestro respeto a la lengua. El mayor patrimonio que posee España, como nación, son sus humanidades, y entre ellas, claro está, su idioma. Nosotros no hemos hecho más que heredarlo de quienes lo han enriquecido hasta dárnoslo convertido en uno de los tres o cuatro más importantes de todos.

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