miércoles, 1 de febrero de 2023

La precampaña

Huele ya a campaña electoral. En la actitud de los políticos, en sus declaraciones y manifestaciones de opinión, en sus relaciones entre sí, hay un imperceptible tono de fin de ciclo que anuncia una nueva lucha por el poder, aunque esta vez se trate solo del municipal y autonómico. Un intento de ir tomando posiciones ante los ciudadanos, que se inicia cuatro meses antes de las elecciones. Se agitan las aguas de la dialéctica habitual con una dosis mayor de suspicacia y al mismo tiempo se aprecia un propósito de aparecer con una imagen de moderación; lo que pasa es que casi siempre se nota que se trata de una imagen impostada, que no concuerda con la trayectoria conocida de quien la ofrece y que tiene difícil engañar a los demás.
Más que de balances y de rendición de cuentas comienza un tiempo de promesas volanderas y proyectos que sabemos que no se cumplirán, a pesar de que, al menos en algunos candidatos, nazcan de una buena voluntad y mejor intención. El azar y lo imprevisible no son factores que se tengan en cuenta en una campaña electoral, aunque luego suelen servir para tapar los rotos de una gestión. Si la olla política está siempre agitada y raramente en calma, ahora entrará en ebullición con más fuerza y sin regatear recursos. Todos tratan de hacer la campaña más efectiva y para eso siguen un camino nada novedoso, bien conocido de ocasiones anteriores. Se busca el error ajeno, las contradicciones del rival, el fallo en el dato o en el argumento; los que están en el poder aprovecharán estos meses para acelerar las obras pendientes e improvisar inauguraciones; el presidente saca pecho de sus logros, tratando de convencernos de que con su gobierno hemos vivido en el mejor de los mundos posibles, y la oposición prepara sus armas para demostrar todo lo contrario y que ellos no cometerán los mismos errores; en los discursos todo es de color claro y de una evidencia que hacen innecesarias las objeciones; incluso se presenta como un valor positivo lo que, bien mirado, no es más que una muestra de cinismo: por ejemplo ver cómo la izquierda, que gobierna aliada con la ultraizquierda, se escandaliza de que la derecha pueda hacerlo con la ultraderecha.
La ya larga experiencia electoral nos ha enseñado que no conviene hacer mucho caso de todo esto ni de los sondeos previos, y no solo por los intereses ocultos que se esconden en la sala de máquinas de quien los haga, sino por la falsedad, volubilidad o superficialidad de las respuestas. Sólo una opinión extraída de un proceso reflexivo, apoyado en bases de conocimiento, merece ser tenida en cuenta. Es la que deberíamos procurar todos.

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