Por una vez la actualidad parece darnos un descanso cambiando su
habitual tono agresivo por otro mucho más intrascendente, sin perder un punto
de intensidad mediática; más bien ganándola. No es que hayan desaparecido las sombras
que oscurecen el mundo. La vida sigue con sus problemas y sus miserias a
cuestas, con sus sufrimientos, sus injusticias y sus absurdos, pero lo que ha ocupado
ahora las portadas y las tertulias de todos los medios es una serie de hechos
que, uno por uno, tienen la misma trascendencia que la caída de una hoja en
medio de la selva. La guerra de Ucrania continúa con sus secuelas de
destrucción y muerte, el coronavirus sigue siendo una amenaza creciente, la
cesta de la compra sube cada día de un modo imparable, la luz y el combustible
andan por la nubes, la sanidad está pidiendo a gritos soluciones y el Gobierno
pone patas arriba todo lo que toca para satisfacer a sus socios sin que parezca
importarle las consecuencias y pasando por alto todos los daños gratuitos que
se puedan ocasionar con ello; ahí tenemos a una jovial y jacarandosa secretaria
de Estado riéndose con sus compis de los desastres que causa su ley del
"solo sí es sí". Y con todo ello, de lo que se habla y de lo que se ocupan
todos los captadores de audiencias desatando todo tipo de opiniones, es de unos
cuantos hechos, más bien intrascendentes, todos de índole personal y a medio
camino entre los ecos de sociedad y el cotilleo barato: confesiones de
interioridades familiares y rupturas sentimentales.
En Londres el hermano del heredero al trono ha montado un real revuelo
con un libro en el que desvela intimidades propias y de su familia sin la menor
pizca de pudor y con un desparpajo sospechoso, que lleva inevitablemente a la
pregunta sobre las motivaciones. Por aquí, más modestos, las cosas van de
amores fallidos: el de la cantante y el futbolista, con una estúpida
cancioncilla como curiosa herramienta de venganza, y el del escritor y la reina
del couché, algo más discreto en su tratamiento informativo y procurando
esquivar en lo posible el exhibicionismo de sentimientos.
Si este es el símbolo de la
banalidad de la hora en que vivimos, si reflejara exactamente la realidad de
nuestro mundo, tendríamos más motivos para la esperanza. Ojalá fuera siempre
así, que las noticias más importantes que uno recibe tuvieran todas esa
categoría de trivialidad, sin sustancia ni capacidad de acción, solamente
alimentos para la curiosidad morbosa y quizá para alegrar algún suspiro de
envidia. Si al menos sirven para distraer a alguien de la otra realidad, bien
venidas sean.
1 comentario:
Totalmente de acuerdo con su artículo. Lo que por otra parte no es sorprendente, ya que me resulta un placer leerle y suelo suscribir todo aquello sobre lo que opina.
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