Andan algunos mandamases americanos alterados con la idea de nos
disculpemos por haberles dado lo necesario para que se convirtieran en lo que
hoy son. Ahí está, por ejemplo el
mejicano, un tipo que se apellida López. El hombre cada noche oye en sueños a
José Alfredo Jiménez cantándole: eres el hijo del pueblo, descendiente de Cuauhtémoc,
mejicano por fortuna, y nada más amanecer vuelve a exigirnos de que le pidamos
perdón por haber sacado a sus antepasados de la edad de piedra y enseñarles,
por ejemplo que no se debe practicar el canibalismo. Este año, al coro de coro
de voces clamantes y maldicientes contra la fecha y lo que ella significa se ha
unido la de Biden, pero ya sabemos que los norteamericanos tienen como rasgos
de carácter la hipocresía, herencia inglesa, y la ignorancia. Precisamente
ellos, que acabaron prácticamente con sus indígenas en pocos años. Lo de
"no hay indio bueno si no es indio muerto" no fue ciertamente una
frase española. Por supuesto que la opinión es libre, pero una sociedad bien
estructurada en sus fundamentos y culturalmente avanzada, necesita que las
opiniones que la vitalizan estén sustentadas sobre bases derivadas de análisis
racionales, sin posiciones apriorísticas ni prejuicios desvirtuadores, y no
sobre un socorrido conjunto de frases hechas que se repiten como una consigna,
sin más valor que el de su propio sonido. Y no digamos si el supremo argumento
consiste en el derribo de estatuas y monumentos.
Cansa ya tratar de meter en mentes sectarias y fanáticas el marco
de los hechos. El fin de la
Edad Media y la llegada de los nuevos aires renacentistas
coinciden en España con el cierre de la larga lucha contra los invasores que la
habían ocupado ocho siglos antes. A la solución de este secular problema se une
el impulso del nuevo espíritu de la época, su afán de conocimiento, la idea de
que el hombre es la medida de todas las cosas y la mejora de los instrumentos y
técnicas de navegación. Y así es posible la aventura atlántica.
La consecuencia de aquel viaje es una tremenda sacudida a la Historia . Un continente
completo se incorpora de pronto a la civilización occidental; las raíces de la
visión griega del hombre y las premisas humanistas del Renacimiento se imponen
en la mitad de la tierra; la lengua española se convierte no sólo en la más
extendida del mundo, sino en lazo de unión entre pueblos que sólo unos años
antes vivían totalmente aislados entre sí. España lo hizo como supo, con la
visión propia de la época y -caso único en la Historia- con un
espíritu autocrítico constante, del que tanto se han aprovechado sus enemigos.
España es la única potencia colonizadora que se cuestiona desde el principio la
licitud de sus conquistas, algo que en Inglaterra, por ejemplo, sería
impensable. Un dato: en 1550 Carlos I ordena cesar toda conquista hasta que un
Consejo especial dictamine si es lícita o no.
Y, a
posteriori, un dato más: el tiempo que va desde el final de la Conquista hasta
la independencia, tres siglos más tarde, es el período de paz más largo de la Historia de América. Y en
otro nivel, España, tras un primer momento traumático por las enfermedades y
las acciones guerreras, no tuvo escrúpulo racial alguno ni inconveniente en
producir ese mestizaje que resulta casi único en el balance de las
colonizaciones europeas. Otros no pueden decir lo mismo.
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