miércoles, 1 de septiembre de 2021

Un país sin esperanza

Afganistán parece el lugar donde la geografía y la historia se han conjurado para ofrecer la peor cara de sí mismas. Esta tierra reseca, montañosa, desnuda, sin bosques y sin verde, punto secular de paso de trajinantes entre dos mundos, parece condenada a vivir desde siempre con las esperanzas frustradas, sin apenas tener tiempo para generar otras nuevas y menos aún para verlas cumplidas. En sus valles desolados y aislados entre sí, no ha podido germinar nunca la idea de una vocación de ser en algún momento agente activo en la configuración de la historia, como les ha ocurrido a la mayoría de países, al margen de su éxito o fracaso. Tierras así solo pueden tener puesta toda su atención en la supervivencia y, si acaso, en defenderse de quienes traten de apoderarse de ellas. Tierras así, además, cierran las mentes a la razón y las hacen vulnerables a cualquier imposición enérgica de pensamiento.

Quizá el fanatismo sea la peor condición a la que puede descender el hombre y también el peor enemigo contra el que combatir, porque ni la todopoderosa razón, ni la clarificadora lógica, ni siquiera la evidencia suprema de la realidad son capaces de vencerlo. No sé qué forma habrá de romper los velos que ciegan al fanático hasta la oscuridad, hasta confundir a la misma divinidad con la voluntad propia. Estamos totalmente impedidos para penetrar en el interior de unas mentes que para nuestra cultura están tan alejadas como la del hombre de las cavernas. Ni su creencia ciega nos resulta comprensible, ni su conversión del fanatismo en una virtud nos es aceptable, ni su lógica es nuestra lógica. No sé qué esfuerzo habríamos de realizar para llegar al plano de la comprensión.

Estas gentes han decretado la muerte de todas las emociones que no provengan de su fe. Las grandes emociones nos ayudan a dar al olvido las ruindades y los desasosiegos cotidianos. Son como fuerzas rescatadoras que están a nuestro alcance. Por supuesto, pueden venir de la experiencia religiosa, siempre que se viva de forma voluntaria y libre, pero también se encuentran a nuestro alrededor: en la música, la literatura o el arte en general. Una gran obra que agite nuestros sentimientos, nos limpia con frecuencia de las pequeñas preocupaciones y contribuye a hacernos la vida más luminosa y más despejada de nubarrones. Pues todo esto ha sido prohibido por los talibanes bajo graves penas. Los niños afganos crecerán sin canciones y acaso sin otra melodía que la que sus madres pudieran tararearles a escondidas; las mujeres vivirán sin lecturas ni imágenes, y todos sin la menor referencia artística. Traten de imaginárselo y verán que no lo consiguen.

No hay comentarios: