miércoles, 22 de septiembre de 2021

El hombre de la montaña

Se cumplen este mes treinta años del que sin duda es uno de los hallazgos más importantes en lo que se refiere a la historia de nuestra especie, aunque solo sea por lo que descubre de nosotros de forma directa y totalmente natural. En una zona helada de las montañas del Tirol se había encontrado el cuerpo de un hombre muerto hace unos 5.300 años. El frío lo conservó de tal modo que ha llegado hasta nosotros prácticamente intacto, con la carne algo amojamada, es verdad, pero entero, y hasta con restos de ropa y calzado. Los primeros exámenes ya nos dijeron que se trataba de un hombre joven, acaso un cazador perdido o tal vez un fugitivo de algo. Hoy se sabe ya casi todo sobre él en lo que atañe a su cuerpo y a su forma de vida. Él no lo supo jamás, pero es el ser humano más antiguo que conocemos en toda su integridad; si hubiera querido habría podido ver cómo se fundían los primeros metales o cómo nacía la escritura con las primeras tablillas de arcilla en Mesopotamia.

Creo que debe de suponer un hermoso sentimiento nuevo contemplar a este hombre, que reposa en un museo de Bolzano. Nunca ningún fantasma del pasado ha llegado desde tan lejos por sí mismo, no fabricado por sus contemporáneos ni hecho por la voluntad de nadie para testimonio de nada. Aquí no valen imaginaciones ni adornos; así éramos. Este hombre, a quien la casualidad ha permitido ofrecernos su postura en el momento de su lucha final, entre el frío el dolor, no murió en lecho de plumas, ni fue embalsamado con áloe y mirra, ni se le acompañó con joyas de oro, ni se selló su tumba para que los ladrones no perturbaran su gran viaje. Ni siquiera nos dejó su nombre; le hemos puesto Ötzi por el lugar en que se halló.

¿Quién era este hombre? ¿Qué creencias tendría, qué sentimientos, qué visión del mundo? ¿Cuáles serían sus ilusiones en la vida? ¿Tendría alguna inquietud espiritual, distinguiría algo en su conciencia? ¿Se preguntaría sobre la noche y sobre el universo, se sentiría a sí mismo sujeto de trascendencia? A veces uno cae en la tentación de lamentar que la humanidad haya tardado tanto en poder apresar la palabra. Cómo nos gustaría conocer todas las que este ser pronunció en sus momentos vitales más álgidos, cuando amaba o discutía o hablaba con sus hijos. O a quién fue dirigida su última palabra cuando sintió la soledad de la muerte ya inevitable sobre el lecho de nieve. Hoy, cincuenta siglos después, si nos miramos bien por dentro reconoceremos que estamos en el mismo punto en que él lo dejó y que parece que nos ha sido asignado de forma permanente: indefensos ante la angustia del instante final y sin haber avanzado nada en el conocimiento del misterio de la vida y la muerte.

No hay comentarios: