miércoles, 10 de febrero de 2021

Foto fija

Como todo está condicionado por la epidemia, no tenemos más remedio que modificar nuestro modo de actuar y adaptarlo como podamos a esta nueva realidad que se nos impone a la fuerza y que interrumpe de golpe el camino que estábamos andando. Nos hemos quedado sin acciones a corto plazo y sin planes de realización inmediata; hemos congelado todos los proyectos, los personales y los generales; nuestro espacio para hacer propósitos de futuro no va más allá de una tarde. Todas las perspectivas que nos habíamos fijado para los meses inmediatos, las vacaciones, los viajes, las fiestas, las celebraciones, todo está retenido bajo llave desde hace más de un año, sin que terminemos de encontrar la manera de abrirlo. Se ha detenido el curso de nuestra acción. Es como en los cines de barrio de antes, cuando se atascaba la máquina y quedaba el fotograma fijo en la pantalla. Así estamos, en espera de que la imagen vuelva a ponerse en movimiento.

Todo lo estancado tiende a degradarse y a criar agentes nocivos en su interior. En este caso se llaman cansancio, hartazgo, tedio o hastío, eso en su versión más inocua. Hay otros más difíciles de sobrellevar, porque afectan a capas más profundas de nuestro carácter y resultan más determinantes para nuestro equilibrio emocional: frustración, pesimismo, incertidumbre, escepticismo, nihilismo, neurosis. El pensamiento de lo que podría estar siendo y no puede ser; la confirmación día tras día de que cualquier tiempo pasado fue mejor; el ver cómo el horizonte de esperanza vuelve a alejarse cada vez que lo vemos cercano. Se hace difícil estar en casa rehuido de todos, pero también en la oficina o en el aula con la mascarilla puesta todo el día, y no digamos si se trabaja en primera línea de riesgo. Y sobre esto, hacer un esfuerzo para salir indemne del bombardeo de información sobre la pandemia que nos cae encima cada minuto y del baile de cifras, medidas, recomendaciones, horarios, porcentajes, fechas y previsiones que unos señores muy serios nos traen todos los días y en todos los medios. Cuánta gente hay ya que ha dejado de ver los telediarios.

Están los días grises aunque salga el sol. Cuando el virus sea solo un mal recuerdo y todo se vuelva a poner en movimiento, cuando las calles y las horas sean otra vez nuestras y podamos por fin cambiar la virtualidad de los saludos por los abrazos de verdad, volveremos a sentir aquella dimensión del tiempo que perdimos y, si somos optimistas, puede que veamos que estos largos meses han servido para algo, aunque solo sea para regalarnos la experiencia de haber vivido una excepción.

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