miércoles, 17 de febrero de 2021

El absurdo como norma

El absurdo es uno de nuestros compañeros de vida. Nos rodea por todas partes. No es de ahora; desde siempre se ha asentado entre nosotros como un comensal más dando lugar a teorías, disquisiciones y hasta tendencias creativas, quizá porque su presencia es tan fecunda como la de la lógica. Es como si entre la razón humana y el absurdo hubiera una afinidad secreta. De hecho, más de una vez se ha visto resultar mal las cosas más razonables y bien las más absurdas. Un fiel camarada este atrabiliario elemento que llamamos absurdo, sin duda porque absurda es su misma existencia.

El absurdo pierde su cariz negativo cuando el que lo practica es consciente de que lo es. Lo malo es cuando se llega a él creyendo que se está diciendo o haciendo una obra genial, que es lo que pasa casi siempre. Cada uno seguramente tendrá su inventario de absurdos, y, juntos todos, deben de formar una lista capaz de envolver las pirámides. Lo que pasa es que de tan habitual que es terminamos teniéndolo por normal. Es absurdo, por ejemplo, prestar dinero a alguien y que encima nos cobre, como nos hacen los bancos, o que se llame latina a una América en la que ningún habitante del Lacio tuvo nada que ver. ¿Y qué es el absurdo? se atreve a preguntar uno. Pues lo contrario a la lógica y al buen sentido, podría responderse, pero ahí estarán Jardiel, Groucho, Ionesco y muchos otros contestándonos a coro que es la única verdad absoluta con que cuenta el hombre. Quizá porque también es un ser absurdo.

Existe una narrativa y un teatro del absurdo hasta constituir un género literario, pero donde más abunda es en el campo de los políticos, eso sí, sin pizca de ingenio y sin la fuerza creativa y la capacidad simbólica del anterior. Siempre ha sido así, pero en estos tiempos en que todo se hace más visible, parece que hace sentir aún más su presencia. Miren lo que se puede reunir solo en unos pocos días:

Es absurdo que el vicepresidente de un Gobierno ataque a la jefatura del Estado de su propio país o que afirme que en España no hay una democracia verdadera; será porque no se explica que un partido que apenas es la cuarta fuerza del Congreso esté cogobernando. Que cuando se quiere frenar el grave problema del despoblamiento rural se prohíba controlar la presencia del mayor enemigo de los ganaderos. Que en plena pandemia nuestros gobernantes se preocupen de preparar leyes, como la llamada ley trans, que viene a decretar que ya puede uno tener los atributos naturales que tenga, que eso no determina su sexo; lo determina su voluntad; no necesita más que querer y, eso sí, haber cumplido dieciséis años, lo que no deja de ser un detalle.

Creo porque es absurdo, dijo un santo filósofo, resignado a no entender nada. Como nosotros.

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