miércoles, 13 de enero de 2021

El visitante del Capitolio

Ese tipo con cuernos, medio tapado con pieles y con el pecho pintarrajeado, que entró en el Capitolio norteamericano como por territorio conquistado, viene a ser el emblema de una de las tendencias de nuestro tiempo: la de dar dos pasos por el camino de lo tangible y retroceder tres por el de las ideas. Avanzar con marcha firme por el terreno técnico y científico y caminar hacia atrás en el de la creación artística, el concepto estético o la estimación de los valores culturales. Era un símbolo ver pasear por el parlamento del país más desarrollado del mundo a una figura salida de la Edad de Piedra; un símbolo del mito del eterno retorno, principio y fin que se juntan como cierre de todas las categorías que han regido nuestra trayectoria.

Bien sé que seguramente nada de esto puede tenerse por auténtico y que este individuo se viste de mamarracho por afán de notoriedad o quizá por algún oscuro motivo remunerado, que siempre hay quien pague por todo, pero lo que cuenta es la imagen que proyecta como salto hacia atrás de nuestro sistema de vida y de pensamiento, una vuelta al origen que pretende decirnos que todo ha sido ya andado y que ahora no queda más camino que el retroceso. El cavernícola ese no tiene su mayor extravagancia en su ridícula pinta de hechicero selandio, sino en el hecho de estar en el sitio donde se entiende que se resumen todos los logros políticos de Occidente. Entre él y Trump, simultáneamente y cada uno con su estilo, parecen querer darnos la confirmación de la decadencia de su civilización, que es la nuestra. Casi se puede oír a Spengler: ya os lo decía yo.  

Sea o no casualidad, lo cierto es que en este tiempo ha coincidido en el poder una generación de políticos inanes, de abundante presencia y escasa sustancia, alejados del modelo de estadista, que no admiten comparación posible con quienes los precedieron no hace muchos años. Pocos países se libran de ellos, ni siquiera aquellos en los que se supone una mayor madurez democrática. Demagogos y populistas, ignorantes, atentos solo a su apariencia y a su presencia mediática, maestros en el manejo de las redes sociales, faltos de credibilidad de tanto incumplir sus promesas, mentirosos, huecos y, en muchos casos, ridículos, esas son sus señas. Los conocemos todos, porque bien se encargan de ello. Quizá Trump sea el paradigma más marcado, seguramente porque ha terminado pagando sus excesos con la penitencia de ser tirado al vertedero de la historia de su país, pero también aquí tenemos nuestro producto nacional. Hay que esperar que a todos ellos les vaya en las urnas como al americano.

No hay comentarios: