miércoles, 9 de diciembre de 2020

Una relectura

Están tristes los días, con las huellas de la borrasca invernal que los ha teñido de gris y de melancolía. Tristes por la borrasca política que algunos de nuestros gobernantes se esfuerzan en alentar con su empeño por destruir todo lo que nos hemos dado en su día con ilusión de primerizos y ha funcionado más que aceptablemente hasta que ellos llegaron. Tristes por la borrasca de la epidemia que no cesa, que nos angustia con su reguero de muertes, nos cambia los usos y las costumbres, nos trae nuevas preocupaciones por el mañana y nos recluye en nuestro ámbito como nuevos eremitas. Contra la primera nada podemos hacer, contra la segunda podemos acordarnos de ellos ante la urna en la próximas elecciones, y contra la tercera nos queda la esperanza de una pronta respuesta científica y, entretanto, la oportunidad de aprovechar el obligado retiro para ampliar el campo de nuestros gustos con nuevas experiencias culturales, o quizá recordando algunas ya vividas. Releer libros, volver a ver esa película que no entendimos en su día, explorar nuevos géneros musicales -acercarse por ejemplo a la zarzuela o la ópera-, profundizar en la obra de un artista. Seguro que la experiencia da frutos gratificantes. Si no podemos salir, al menos aprovechemos las posibilidades que nos ofrece el interior. 

He vuelto en este tiempo a visitar a algunos autores que siempre he apreciado, pero que tenía algo olvidados, como esos familiares a los que quieres pero que nunca encuentras momento para ir a ver. Estos días he estado releyendo a Larra y he comprobado que es una de las mejores cosas que uno puede recomendar para ocupar el ocio, si no fuera porque sabe que los ocios suelen ir en una dirección bien distinta. Larra es una de esas figuras que cualquier literatura quisiera tener y pocas tienen; una piedrecita metida en el zapato, bella como un diamante, pero que te recuerda su presencia cada vez que pisas. Larra es la pieza necesaria para cerrar una literatura de modo definitivo y convertirla en algo completo en sí mismo. Cuántas meditaciones literarias y sociales cabe hacer, a la vista de sus obras, dos siglos después de su muerte. Larra fue un hombre de agudeza inusual, casi excesiva para su tiempo, de tal modo que sus apreciaciones podrían alcanzar más efectividad en el siglo siguiente y en el nuestro que en el suyo propio. Y aun dejando a un lado algunos de sus tópicos más conocidos, el lector casi desea que esos artículos hubieran aparecido en la prensa de esta mañana, en lugar de hace casi doscientos años. En su lucha contra la mediocridad y la estupidez hoy habría tenido el mismo trabajo.

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