miércoles, 12 de abril de 2023

Reencuentro triste

Hemos vuelto a las rutinas de siempre después de este tiempo que cada primavera nos concede el calendario para levantar la cabeza de nuestra mesa diaria del trabajo de vivir. Es un alto que se ha hecho necesario para separarnos por un momento del presente y darnos oportunidad de examinar nuestra andadura, aunque sea a costa de recordarnos que el año ya lleva gastado un cuarto de su vida. El tren se ha detenido y da tiempo al viajero a serenar la mirada y a concentrarla en lo que nunca había fijado su atención.
Para el creyente cristiano la Semana Santa es la ocasión propicia para pararse a fortalecer su fe y recargar sus reservas espirituales ante la contemplación de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, que constituye el núcleo fundamental de su instalación espiritual. Recogido en su interior o ayudado por las abundantes manifestaciones exteriores, tratará de acercarse a la meditación del dogma de la redención y, a través de él, al gran misterio del ser humano: cuál es el sentido de nuestra vida, y quizá de sus meditaciones salga un hombre mejor.
Para el que ve esta semana tan sólo como un tiempo de vacaciones, son unos días alegres y despreocupados, en los que merece la pena aguantar atascos, retenciones y caravanas con tal de tumbarse unas horas en una playa o de visitar un lugar que poder recordar el resto del año. Las procesiones no tienen más profundidad que la de un elemento folclórico que se contempla con la curiosidad del turista o con la indiferencia del ya habituado, según la procedencia de quien las mire. Incluso para los que han preferido quedarse en casa ha sido una semana de agradable paz, con el Gobierno inactivo, los políticos más o menos callados y sin más agitación mediática que la que causó una señora que se las arregló para ser a la vez madre y abuela de un niño.
Y para todos, esta pausa viene a ser el momento del olvido que, aunque sea fugaz, se presenta como un anhelo; ya vendrá luego la realidad, y en ella ya estamos de nuevo. Es hora de asimilar, por ejemplo, que nos han destruido una parte del paisaje y que se hace imprescindible establecer un firme propósito de que eso no vuelva a suceder jamás, poniendo todo lo necesario para evitarlo, incluyendo el cambio del código actual. Qué triste el reencuentro con lo que habíamos dejado, qué sensación de desolación ante la negrura en que se han convertido nuestros queridos bosques y qué impotencia frente a las manos cobardes que encendieron las llamas.

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