Como todas las guerras que ha habido, esta de Ucrania también
aportará alguna nueva página a los tratados que han estudiado las técnicas, los
medios, las justificaciones y las diversas formas de matarse entre sí que ha
practicado nuestra especie desde siempre. Aunque no sea más que por tratarse de
una guerra del siglo XXI, ya añade unos cuantos capítulos a todo lo que se ha
escrito y teorizado hasta ahora sobre los modos de vencer al enemigo. Esta es
una guerra en la que los valores tradicionales militares han perdido brillo en
favor de lo que se origina más allá del campo de batalla, en los laboratorios y
en los centros de investigación y aplicación de las nuevas técnicas que han
cambiado el mundo en los últimos años. Una guerra cibernética, que nos trae
modos nuevos, capaces de aplicar fuerzas y desencadenar efectos también nuevos:
misiles que pueden destruir una ciudad situada a 8.000 kilómetros de distancia,
identificación de imágenes por inteligencia artificial, vehículos con cámaras
que detectan la presencia de soldados armados, drones capaces de elegir y
aniquilar con total precisión objetivos muy concretos. Los teóricos del futuro
tendrán que olvidar muchos capítulos de todo lo que se ha escrito sobre el mal
llamado arte de la guerra y ponerse en el lugar de quienes asistieron, por
ejemplo, a la aparición de las armas de fuego.
Siempre ha sorprendido el desajuste evolutivo que se aprecia en
nuestra condición de seres pensantes. Viene bien recordar las reflexiones de
aquel inconformista que fue Arthur Koestler sobre la tremenda disparidad entre
el crecimiento de la ciencia y la conducta ética del hombre: “Hay una diferencia
impresionante entre el poder del intelecto humano aplicado al dominio del medio
y su incapacidad para mantener relaciones armoniosas dentro de la familia, la
nación y la especie. Hace unos 2.500 años los griegos se embarcaron en la
aventura científica que nos llevó a la luna, lo que constituye una
impresionante curva de crecimiento. En aquel siglo VI a. C. surgieron el
taoísmo, el budismo y el confucianismo; en el siglo XX, el nazismo, el fascismo
y el comunismo”. Y Bertalanffy lo apoya: “Es dudoso que los modernos métodos de
guerra sean preferibles a las piedras con que los hombres de Neandertal rompían
la cabeza a sus congéneres. Es evidente que las normas morales de Buda y
Lao-Tsé no eran inferiores a las nuestras. En lo científico, nuestra corteza
cerebral nos llevó desde el hacha de piedra a la bomba atómica, y de la
mitología primitiva a la teoría cuántica”. Y en lo moral –cabe añadir- de Atila
a Putin, o sea, ningún avance.
No hay comentarios:
Publicar un comentario