miércoles, 6 de abril de 2022

Y van ocho

Qué tendrá la educación que lo primero que hacen todos los gobiernos, en cuanto llegan al poder, es crear una nueva ley que la modifique a su gusto. No hay familia en España en que padres e hijos hayan estudiado el mismo currículo educativo. Es un vaivén continuo de normas que hacen imposible aclararse y que en lo único que educan es en ejercitar la virtud de la paciencia de padres, profesores y alumnos. La reforma de la reforma de lo que se había reformado y que no había que reformar. Es que ya van ocho leyes de educación en cuarenta años. No hay ministro del ramo que no quiera pasar a la posteridad poniendo su nombre a una ley, posteridad que durará hasta que venga otro a ocupar su sitio y haga lo mismo.
Parece imposible que no acierten nunca, ni en los modos ni en los contenidos ni en los objetivos, como si las disciplinas objeto de estudio fuesen reflejos en el agua que cambian a cada instante. Pero hasta ahora todo ha sido una sucesión de decepciones. Cada reforma, en vez de ser una esperanza resulta una amenaza. Esta última revela como pocas la incompetencia de la ministra que la alumbró. Más que un paso adelante parece un ajuste de cuentas con el pasado, al que hay que configurar a gusto del poder. El nuevo currículo de la ESO es un compendio de barbaridades pedagógicas. Se lleva por delante, entre otras cosas, el estudio de la Filosofía, y con ella el pensamiento crítico y las vías de experiencia racional, a cambio de cosas como el ecofeminismo o un difuminado conjunto de valores cívicos. En la lengua se deja a un lado el aprendizaje del análisis sintáctico y morfológico; total, para combinar la media docena de palabras que los chicos manejan en la pantallita no hacen falta muchos conocimientos lingüísticos, y además ahí están los emoticonos. Y, quizá lo más grave, se pone la Historia al servicio de las creencias y las ideas; de ahí que no interese lo que no esté "relacionado con el entorno real del alumnado". Hay que prescindir de todo lo ocurrido en España antes de 1812, solo unos 2.500 años. De qué portentoso cerebro habrá salido tal disparate. Para explicarnos el presente necesitamos hitos que nos señalen el camino recorrido, que organicen la secuencia de los pasos andados, y la Historia nos da esos hitos. Si la excluimos quedaremos a ciegas, eliminaremos la causalidad y jamás podremos comprender cómo y por qué somos lo que somos. Nuestra intensa y fascinante Edad Media, el espléndido Siglo de Oro, el descubrimiento de América y del océano Pacífico, la circunvalación de la Tierra, la Ilustración, todo eso ignorarán nuestros chicos. Menos mal que esta reforma durará lo que dure este gobierno.

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