miércoles, 20 de abril de 2022

Mirada interior

No puedo arrepentirme más que del tiempo voluntariamente perdido. Con el tiempo no caben rectificaciones. Gira sin parar en un círculo de radio infinito y solamente nos son asignados unos insignificantes grados de su arco. El tiempo es el soñar; pobre idea la mía, pero parece exacta. El tiempo y el soñar nos son ajenos en su causalidad e impredecibles en su contingencia; los dos son implacables y generosos en posibilidades, y los dos nos tienen a su merced. De nada más he de arrepentirme que del tiempo que haya podido caérseme por el vertedero de la nada mientras lo miraba sin hacer algo por remediarlo. No creo que a nadie le sea posible ir en busca del tiempo perdido, a pesar de las magdalenas, mero recurso literario. El remedio es vivir, así de simple; abusar del tiempo mientras lo haya, exprimirlo, hacerlo parecer aún más breve, subirse a él y seguir su propio juego.
Estos días de primavera, alegres y renovados, son como una llamada de atención hacia el propio vivir. Miro la tierra y la veo toda ella en ebullición; los campos soleados, recibiendo la luz acariciadora de la mañana; el frescor de la sombra de los árboles; las hierbas del prado, que se han vuelto más frondosas y más verdes; las flores de todos los colores; el aire quieto y transparente. Están anidando los pájaros en los matorrales y en el manzano; apenas vuelan, como no sea una escapada rápida y breve para buscar comida. Tampoco cantan; el canto ahora sería inútil y quizá peligroso, y el orden que rige la primavera es orden supremo y ha de ser inalterable. Se oye un grillo junto al camino; debe de ser el primero, pero su canto suena impropio, como si ya quisiera meternos en el verano.
Yo hoy quisiera decir mi idea de la felicidad. Es muy sencilla, y tan poco original que cualquier estudiante de instituto puede seguirla a través de las obras literarias de todas las épocas, tan presente está en el hombre, pero es mía y me sirve de paso para comprobar lo poco que me diferencio de todos. Imagino una plenitud y una serenidad de espíritu por el esfuerzo continuado en la búsqueda de algún conocimiento que diera sentido a lo que no parece tenerlo, y un resto de vida en el que aún tarden en debilitarse las sensaciones y en el que los deseos se sometan por sí mismos a la idea superior de la conveniencia. Y en torno a mí, una casa lo suficientemente solitaria como para no oír más que el sonido que la tierra quisiera mandarme. Y en ella, junto a los míos, la muda compañía de mis poetas y mis filósofos, y de todos mis escritores compositores y artistas. El sol de la mañana sobre la fachada de la casa y un vaso para compartir con un amigo, si se tercia.

1 comentario:

Mónica dijo...

Absolutamente sublime...... qué corto se me queda siempre leerle y,aunque no fueran,como son, sentimientos compartidos, sería igualmente un regalo está joya