Qué será que siempre ha de haber alguien que se empeñe en querer
ser el amo del mundo, alguien desprovisto de conciencia moral, sin más ley ni
argumento que la fuerza de que disponga y con una ambición tan elevada que no
le importe el terrible sufrimiento que cause con tal de cumplirla. Es este uno
de esos casos de presencia continua en la Historia; puede decirse que cada
época ha tenido su candidato a ocupar un puesto en esa lista de aspirantes a
dominadores del mundo, y no es necesario dar ejemplos de todos sabidos. Ahora
es un tipo de mirada gélida y hechuras paranoides, adicto al botox y al cultivo
de sí mismo, Narciso contemplándose de continuo en las aguas de su cuidado
remanso. Yo soy Putin, parece decirse incansablemente mirándose a los ojos.
Cuentan de él que, por su formación en un ambiente criminal, no conoce más
instrumentos que la mentira, la falsedad, la extorsión y el asesinato; desde
luego, en su historial político hay un reguero de muertes extrañas, todas de
personas relacionadas con él. La invasión de Ucrania viene a ser el colofón, al
menos por el momento, de una trayectoria en la que si algo falta es cualquier
escrúpulo a la hora de ejecutar sus propósitos.
Las imágenes de los tanques rusos avanzando por los campos y las
calles de un país europeo forman parte de esa realidad que para nosotros ya
solo vivía en la memoria y que jamás pensábamos que volveríamos a ver. Entrar a
sangre y fuego en una nación vecina que estaba en paz y que no les había hecho
nada, abusando de su mayor fuerza, humilla más a los invasores que a los
invadidos. Aterran las escenas de las muertes en directo, del testimonio
angustioso de gentes desesperadas que lo han perdido todo, de las riadas
que desfilan por las carreteras
intentando escapar de su propia ciudad, y aterra quizá aún más la incertidumbre
de lo que pueda pasar si se tienen cuenta las amenazas apocalípticas que lanza
el tirano si no se sale con la suya. Cuánto dolor otra vez, después del
holodomor, sobre la tierra de Ucrania, quizá el pueblo de Europa de historia
más desdichada.
Quiere uno escribir sobre ello y siente que es una absoluta
inutilidad. Todo está dicho ya. La guerra inspira sentimientos que nos llevan a
lo más sombrío de nuestro interior: temor, compasión, dolor, y en los casos de
que nos afecte de cerca, odio, rabia, venganza, pero todo eso lo sentimos cada
uno dentro de nosotros plenamente y cada uno de forma particular, sin necesidad
de que nadie nos lo describa. Son las imágenes las que nos hablan por sí
mismas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario