miércoles, 19 de mayo de 2021

La vuelta

Este fue el fin de semana de los deseos cumplidos después de un tiempo infinito en que hubo que tenerlos reprimidos. Ya nos habíamos acostumbrado a los fines de semana mortecinos y silenciosos, y a la triste soledad de lo que siempre habían sido espacios bullangueros y llenos de vida, y ahora, con el término del estado de alarma, recuperamos de golpe y con el ansia de beberlo todo de un trago, el afán por andar los caminos que nos lleven más allá de los límites de nuestro pequeño rincón. Esas riadas de gentes que se echaron a las carreteras y a las estaciones vienen a ser la expresión de la necesidad que tenemos de disfrutar de espacios y momentos diferentes, pero también de sentir los abrazos y la presencia de los que queremos después de tantos meses de tenerlos prohibidos. Vuelven los atascos, se preparan los alojamientos rurales para recibir de nuevo la avalancha de urbanitas y las playas se ven de nuevo invadidas por una multitud de cuerpos ansiosos de no hacer otra cosa que estar tirados en la arena. No se ha acabado la pandemia; el virus sigue ahí. Quién lo diría viendo las reuniones nocturnas en las calles y los botellones juveniles, justamente el sector que menos índice de vacunación presenta. Es la capacidad de abstracción que nos da el ansia de liberación y que nos invita a bordear la inconsciencia con tal de poder elegir si hemos de seguir o no los impulsos que nos tientan para ser felices.

Es posible, como se dice desde el poder con cierto tono voluntarista, que salgamos fortalecidos de esta prueba; lo que es seguro es que saldremos cambiados. Es posible que valoremos más lo que tenemos, eso que sustenta nuestra vida de cada día, y no demos tanta importancia a quienes tratan de dirigir nuestras ideas y nuestra conducta desde los todopoderosos medios que controlan manos interesadas. Posiblemente nos demos cuenta de que la seguridad y el bienestar que hasta ahora hemos tenido como algo que nos parece inherente a nuestra vida no tienen ningún certificado de garantía y que los escudos protectores de los que presumimos no hacen más que ocultar nuestra fragilidad como especie. Una visión más certera de nosotros mismos que nos permitirá cambiar la valoración de las cosas quitando importancia a unas y dándosela a otras.

Saldremos mejorados si nuestros gobernantes hacen un examen de conciencia sobre su labor y dejan de emplear tiempo y dinero en sus tonterías para centrarse en lo que de verdad mejora nuestra vida; por ejemplo en acabar con las listas de espera en la sanidad y dejar de empeñarse en esa idiotez del lenguaje inclusivo o en cambiar los nombres de las calles.

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