miércoles, 21 de noviembre de 2018

Pensamiento obligatorio

Nadie sabe muy bien por qué, ni quién, ni con qué fin, pero se nos está imponiendo desde alguna fuente de influencia poderosa un pensamiento único, con el que se pretende uniformizar la sociedad en torno a unos pocos conceptos interesadamente elegidos y hacerla así más débil y manipulable. Es una vieja táctica, utilizada siempre por quienes tenían la llave que permitía entrar en las mentes. Si durante largos siglos fue el poder religioso el que dictaba el pensamiento obligatorio, ahora es una conjunción de fuerzas no fácilmente identificables las que, a través de sus extensiones mediáticas, dictaminan cada día qué hemos de creer, qué es lo que nos debe gustar, qué palabras debemos decir y cuáles rechazar, cómo hemos de llamar a las cosas y a quiénes debemos tener simpatía y a quiénes no. Qué conceptos hemos de modificar, qué hábitos hemos de eliminar y qué costumbres adquirir. Un pensamiento único, uniforme, obligatorio y siempre dentro de la corrección señalada. Por supuesto, todo en el sagrado nombre del progresismo y de su recua de ismos parentales: igualitarismo, ecologismo, feminismo, nacionalismo, animalismo, antimilitarismo.
Ahorrar a sus súbditos el esfuerzo de pensar ha sido una de las labores primordiales de todos los mandamases del mundo. Del pensamiento nace la crítica y de la crítica la opinión fundamentada, y eso para un dirigente es como mostrar el sol a un vampiro. Los dirigentes, como los buenos churreros, manejan bien la masa, la quieren homogénea, moldeable a la acción de sus manos y dispuesta a caer en la sartén con el menor chisporroteo posible. Y el caso es que, unos más que otros, utilizando medios diversos, evidentes o encubiertos, casi siempre lo consiguen. Ofrecen un pensamiento ya elaborado, lo aderezan con dos o tres actitudes enfáticas que le den un tinte de credibilidad, y a aprovecharse de la escasa confianza en el criterio propio y de la pereza mental de muchos que entregan la facultad de pensar a cambio de que les ocupen la mente.
Se atribuye a la universidad catalana de Cervera la famosa frase "lejos de nosotros la funesta manía de pensar", con la que quiso fijar su fidelidad al rey absolutista. Hoy el absolutismo se ha trocado en el intento de llevarnos hacia un modo de pensar basado en una corrección establecida no se sabe por quién, pero atosigante e implacable con el disidente, sobre el que caerá una lista entera de adjetivos. Todos hemos de pensar lo indicado, todos hemos de renunciar a nuestras convicciones morales y de cualquier índole. Hay que aceptar la opinión ya determinada sobre todos los aspectos de la sociedad, desde la inmigración hasta la memoria histórica, la familia o el concepto de patria. Que no tengamos ocasión de pensar. Quizá sea porque razonar no es cuestión que dependa de la inteligencia, sino que se aprende con el ejercicio, de modo que a suprimirlo. Y así, los pensamientos propios, esos queridos y a veces rebeldes pensamientos que nos hacen ser como somos y configuran nuestra carta de naturaleza, están siendo arrinconados por los de unos cuantos que lo dominan todo y a los que permitimos enseñorearse de ellos. Es una forma perversa de alienación.

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