miércoles, 18 de enero de 2017

El peor crimen

Nada agrava tanto la repugnancia de un crimen como el hecho de que la víctima sea un niño. Bendito poder de la conmoción que nos hace ver en su mirada a nosotros mismos despojados de todas las adherencias que nos fue dejando la vida como costras en la piel del alma. En el remolino de jerarquías de las aberraciones del hombre coincidimos en ver al niño como la frontera que las limita; cuando se traspasa se pierde la condición de ser humano. No es una cita de código legislativo; está en las entrañas de nuestra especie en todo tiempo, cultura y lugar. Nos duele doblemente el sufrimiento del que nada debe todavía a la vida, nos subleva la injusticia que se comete contra alguien que ni siquiera sabe que está indefenso, nos asquea hasta la náusea la corrupción de la infancia, los pederastas de infames apetitos y los explotadores que usan a sus propios hijos como un medio para enriquecerse a costa de ellos y de la buena fe de todos nosotros. Y desde luego, nos perturba hasta lo más hondo de nuestra capacidad de conmoción la violencia ejercida contra una víctima que puede mirar a su asesino con una confiada sonrisa porque aun no tuvo tiempo de conocer los terribles recovecos del mal que pueden anidar en el corazón humano.
Quizá todo sea porque en nuestro inconsciente nos vemos como desheredados forzosos de un reino del que nos expulsaron sin miramientos y sin opción alguna a la protesta, porque la vida necesita hacerlo para poder continuar. Era aquel tiempo antes de que las cosas dejasen de ser asombrosas, cuando todo a nuestro alrededor era un hermoso libro de páginas blancas, en el que todo estaba por escribir, y cuando aún no sabíamos que el paraíso no es más que el mundo del primer día. No nos es posible soportar una agresión a quienes están ahora en él porque comprendemos muy bien ese dolor; es el dolor infligido a la parte más querida de nosotros mismos.
La violencia contra un niño va contra el orden natural establecido y contra cualquier esquema en que enmarquemos nuestros sentimientos, sobre todo si es ejercida por aquellos de los que solo cabe esperar amor y protección, y por eso nos dejan sin palabras las noticias que a veces nos llegan sobre bebés arrojados a los contenedores o, por ejemplo, la de ese matrimonio que mató a su pequeña después de haberla adoptado, o no digamos la de aquel monstruo en forma de padre que asesinó y quemó a sus dos hijos, por citar solo algunas. No son ya los códigos morales que la humanidad se ha ido dando para protegerse de sí misma; tampoco la constatación de la inutilidad de sacrificios ni ofrendas como en otros tiempos; es una mera cuestión de subsistencia y de intolerancia intelectual. Nos resulta inasumible el concepto de padres asesinos, como un contrasentido para el que no encontramos comprensión; se dice que hasta en la cárcel sienten el desprecio de los peores delincuentes. Y es que, como alguien ha dicho, si se vuelve la mirada melancólicamente a la niñez es porque se tenía madre. Ser niño es eso, es nada más que eso: tener padres; ser completamente hijo. Cómo esperar que el peor golpe de la vida venga de su parte.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que preciosa reflexion

Mónica dijo...

Artículo de Nobel