El tiempo resbala por nuestras vidas con una fluidez tan suave que
su paso se nos hace imperceptible, y cuando nos da por sentarnos de vez en
cuando a echar cuentas, nos encontramos invariablemente con una sorpresa. Otro
cumpleaños que nos llega con un número redondo, un primer achaque desconocido,
aquel bebé que ya está en la universidad, aquellas sonrisas aniñadas y felices
en cualquier fotografía y cosas así suelen ser las llamadas de atención que nos
hacen detenernos a establecer referencias, que terminan siempre con un suspiro
de resignación. Pero si cada año nos sorprendemos de que haya pasado un año. Cómo
entre mis dedos te deslizas, tiempo, que te vas sin miramiento.
Esta casa errante en la que
estamos embarcados acaba de dar una vuelta más alrededor del sol, y nosotros lo
celebraremos mañana como si eso fuese algo más que un simple hecho de la
mecánica celeste. El caso es que se trata de algo que ya ha sucedido unos 4.300
millones de veces, según los que saben de esto; es decir, que si la rutina
quita brillo a los acontecimientos, la Tierra no va a descorchar ninguna botella ni a
adornarse con luces para celebrar que ha pasado otra vez por el mismo sitio. El
hombre es un producto hecho a la medida del año, y no al revés, como a veces
pensamos con pretenciosidad. Si en vez de ser hijos de la Tierra lo fuéramos de
Mercurio, cumpliríamos años cada 88 días; y si viviéramos en Plutón, oiríamos
las campanadas cada 248 años terrestres, es decir, nunca, y tendríamos que
inventar otra unidad de tiempo basándonos en quién sabe qué. O sea, que estamos
en la velocidad y el espacio justos. Pero qué nos importa eso, si nuestra
verdadera medida es la de las ilusiones que podamos hacernos cada día, y esas
nunca van a necesitar una excesiva magnitud de tiempo.
El año que se muere nos ha traído de todo, como siempre. Un año da
para mucho; al fin y al cabo es una página añadida al gran libro de la
historia, ese que después casi nunca tenemos tiempo de hojear. Este 2015 volvió
a acoger terribles episodios de una guerra inédita en sus formas, en la que
nuestra civilización se las ha de ver con un enemigo que está empeñado en
destruirla, que ha eliminado cualquier barrera moral, que rinde culto a la
crueldad y al sufrimiento ajeno y que no considera un bien ni su propia vida,
mucho menos las obras humanas nacidas de un impulso espiritual; este año
quedará marcado en la Historia del Arte por la pérdida de Palmira.
Aquí, en España ha sido un tiempo electoral en toda su extensión y
también nos ha dejado novedades: el episodio final, al menos por algún tiempo,
del virulento ataque con que los nacionalistas de la barretina se proponen nada
menos que deshacer España, y la aparición de un partido antisistema, de gestación
televisiva, que ha venido a traer bastantes más problemas que soluciones. Luego
está el plano personal, ese que solo es nuestro: las ilusiones satisfechas, los
propósitos incumplidos, los anhelos frustrados, las esperanzas mantenidas, las
penas y las alegrías. Cualquier balance ofrece todas las posibilidades que
queramos; la única realidad plenamente cumplida es que somos un poco más
viejos.
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