miércoles, 18 de febrero de 2015

Como pompa de jabón

Ni una lágrima es capaz de detener a un tirano, ni una canción jamás podrá parar una guerra, ni este artículo que estoy empezando ahora, y que ni siquiera sé cómo va a quedar, valdrá para gran cosa, como todos. Si acaso, y ya sería suficiente, puede que merezca la amable atención de algún que otro lector fiel que haya podido conseguir a lo largo de los cerca de mil artículos con que he ocupado algún rincón de las páginas de este diario. De verdad que ya sería suficiente. La capacidad de generar grandes influencias es cada vez menos frecuente y, desde luego queda lejos del artículo de prensa y sólo para obras de gran consistencia. No hay nada más digno de una compasiva mirada de condescendencia que los suspiros satisfechos del pretencioso convencido de que puede modificar con sus palabras las líneas maestras del mundo. Acaso fuese bueno, pero no. Ni siquiera las de los humildes aposentos de lo más cotidiano de la mente. El carácter del artículo es ser efímero como un copo de nieve, y su destino el de sumirse para siempre en el olvido bajo el ingente montón de información que le ha de caer encima a la mañana siguiente. Aquello tan clásico de “verba volant, scripta manent” está dejando de ser tan rotundo. 
Y entonces ¿por qué escribir? Pues la verdad es que no se sabe muy bien. Acaso sea por la belleza especial que tiene todo lo inútil y que atrae con mucho más vigor que la de lo práctico y utilitario que nos hace la vida más cómoda. O quizá por la íntima vanidad de querer dar testimonio de uno mismo. O puede que en realidad, como ya alguien dijo, no exista nada inútil, ni siquiera la misma inutilidad. El caso es que uno se sienta ante su pantalla vacía con el ánimo dispuesto a hilvanar palabras que den fe de ideas y pensamientos, de reflexiones, de sugerencias y a veces, incluso, hasta con una cierta pretensión consoladora, tan atrevido puede ser. Buscará un lenguaje grave o desenfadado, en función del tema o de su propio estado de ánimo, siempre con la inquietud de conseguir algo literariamente correcto y en pelea constante con las limitaciones del idioma y, sobre todo, con las propias. Luego, en algunas ocasiones, algún lector escribe o llama, pero la gran mayoría calla y se guarda para sí sus opiniones sobre lo que ha leído, lo que deja al autor a solas consigo mismo. 
Se dice que los periódicos, esos museos de minucias efímeras, según Borges, son los depositarios hoy día de la mejor literatura que se escribe en la actualidad, pero quedan para los buenos degustadores. La reflexión y el pensamiento son incompatibles con las exigencias de las redes sociales. En ese teclear continuo de quienes caminan por la calle con la mirada puesta a todas horas en la pantalla de su móvil, sólo hay sitio para la inmediatez, la intrascendencia, la superficialidad. Vivimos el triunfo final de lo breve y el esplendor de lo instantáneo. La información vence al propio medio, la conclusión se impone al análisis, y la belleza formal queda absolutamente desterrada por la vulgaridad. Pero no importa. Seguiremos escribiendo. A pesar de todo, siempre habrá quien crea en la sugerente atracción de lo inútil.

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