Hay noticias que nos pintan en la cara un sonrojo ajeno y, aún
peor, nos dejan la amarga sensación de estar ante un terrible síntoma del
declive de nuestro tiempo: el 86 por ciento de aspirantes a profesores suspendieron
una prueba con preguntas que ellos mismos exigirían a sus alumnos de 11 años.
Ya lo ven. Estos son los que aspiran a enseñar a nuestros niños y los que
protestan porque el ministro habla de imponer algo parecido a un MIR. Pero son
también los que a su vez fueron alumnos de otros profesores y de la actual ley
de educación. El caso es que aquellas antologías del disparate que tanto éxito
tuvieron mostrando las burradas de los alumnos, ahora podrían nutrirse de los
disparates de los aspirantes a profesor. Ya me lo decía un amigo hace tiempo:
-En la calidad de la educación influye la ley de turno, claro,
pero sobre todo la formación de los profesores. Es absolutamente fundamental. Habría
que evitar en lo posible a todos esos que entran en la profesión para adquirir
las ventajas de ser funcionario, y no porque su vocación les impulse a ello.
Para enseñar, primero hay que amar el conocimiento. Y hay que recuperar el
concepto de profesor o, como antes se decía, de maestro. Entre que muchos han
decidido acabar con el respeto hacia su figura, no hacia su persona, se supone,
y que en consecuencia han preferido superponer a su condición de enseñantes la
de coleguillas, estamos recorriendo un camino en la relación entre el niño y su
profesor que quizá se inició con buena intención, pero que cada vez parece más
evidente que está equivocado.
Desde luego, el oficio de enseñante es oficio de vocación donde
los haya. La vocación de enseñante imprime carácter a quien siente su llamada;
es algo que se nota en su actitud general, en la profunda conciencia que tiene
de lo que está haciendo, en la capacidad para llevar con alegría los sinsabores
de un oficio exigente y estresante en ocasiones. Los buenos profesores son esos
que echan a la sabiduría el grano de sal indispensable para que los demás la
puedan degustar sabrosamente sazonada. Esos que saben muy bien que enseñar es
aprender dos veces. Los que, más que al conocimiento en sí mismo, aman al
sujeto del conocimiento; es decir, al alumno.
Son los que saben que su labor se realiza con los chicos justo en
el tiempo en que más se necesita una mano que canalice sus sueños y les brinde
la ilusión de una meta a alcanzar. Dejando aparte el seno familiar, cuya
influencia está sujeta a circunstancias concretas, es la figura del profesor la
que se erige en verdadero modelador de gustos y caracteres que han de
configurar la persona del futuro. Buena responsabilidad es esa, que implica por
sí misma el concepto de trascendencia sin posibilidad de quiebro alguno.
Demasiado valiosa para que se dejen en manos de gentes que no conocen su valor.
Quien haya tenido la suerte de haber encontrado en sus años de formación buenos
profesores sabrá de la influencia decisiva que han tenido en su vida. Pocas
cosas hay que se recuerden más, y pocos regalos más perdurables puede recibir
un chico que la palabra sabia del buen profesor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario