miércoles, 9 de febrero de 2022

Entre nosotros

Ahora que por aquí se avecina un nuevo estatuto, porque alguien ha decidido que el actual ya no vale, sería bueno salirse por un momento de lo político y hablar de nosotros, los asturianos, en zapatillas y sin más temor que la mala interpretación que alguien pueda dar, que tampoco es gran temor. Vernos sin posturas preconcebidas, que es el único medio de poder conocernos para así poder darnos las mejores leyes y adoptar las soluciones adecuadas a nuestros problemas. Conocemos bien nuestras virtudes y las tenemos a gala, así que hablemos de lo que no hablamos tanto. Nuestro carácter señala una constante inclinación acomodaticia, una voluntad de permanecer en el presente y, si el presente no resulta demasiado amable, se hace lo posible por adaptarse a él o se busca otro mejor en un lugar distinto, pero sin que exista preocupación por utilizar las circunstancias de ese presente para que sus condiciones no se repitan en el futuro. Nos puede lo inmediato. Tendemos a prestar más interés al aspecto externo que a la realidad interior, a la presencia que a la sustancia. De ahí esa proclividad al superlativo casi como un reflejo, sin detenerse en análisis ni en comparaciones: la más guapa, la mejor, lo demás es tierra conquistada, etc. Esto se refleja incluso en las denominaciones espontáneas, que se generalizan de inmediato con total consenso: una iglesia de regular tamaño será la iglesiona, a una acera ancha le quedará la acerona, una escalera algo mayor que las otras es la escalerona, y el carbayón, el solarón, el molinón, la peñona, la casona, la mareona, la panerona y tantos otros. En ningún sitio se encuentra un uso tan generoso de sufijos aumentativos. Algún experto estudioso tal vez encuentre en esta inmotivada tendencia al grandonismo la imagen de una prueba proyectiva en la que el preconsciente plasme quizás algún sentimiento de inferioridad.
Vayamos de una vez a lo trascendente. Dejémonos de absurdos caprichos identitarios y que el bable se quede donde ha estado siempre. Es la hora de los técnicos imaginativos y de los políticos valientes, que encuentren y den forma material a las soluciones. Un impulso regeneracionista común, que empequeñezca hasta reducirlas a la nada las fatuas ruindades particulares, los politiqueos de alcoba y los dogmas de patio de vecindad. Un propósito de mirar hacia objetivos de altura sin ceder a la tentación de nacionalismos artificiosos, que no conducen más que al espíritu de tribu y, por tanto, a la castración de nuestras mejores posibilidades. Al fin y al cabo, con sombras y claros, esta es nuestra tierra, y su camino nuestro camino, salvo que en nuestra aventura personal se encuentre el buscar nuevos sentimientos.

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