miércoles, 23 de septiembre de 2020

Nuestra zarzuela

Entre tantos nubarrones que se ciernen sobre nosotros en este tiempo de zozobra, con el coronavirus que no cede, la amenaza de la crisis económica y los inquietantes planes del vicepresidente del moño, los ánimos tienden a buscar algún atisbo de belleza que les sirva de asidero y refugio. Siempre los hay, y cada uno encuentra los suyos a poco que los busque. Están a nuestro lado, a veces cubiertos por una capa de polvo bajo el brillo artificioso de modas extrañas, ocultando su inmensa riqueza a la espera de quien quiera disfrutarla. Un amigo me comentaba que estos días le han servido para descubrir la zarzuela. 

Incluso ahora, cuando el afán de modernidad nos lleva a unos sentimientos estéticos que nos resultan ajenos, pero que nos imponen como una norma, no es de extrañar ese atractivo que la zarzuela ha ejercido siempre sobre cualquiera que se acerque a ella. Muy pocas veces en la historia de la música se ha llegado tan hondo en el acercamiento a los estratos populares y a los sentimientos más naturales y sencillos de un pueblo como en nuestro género lírico; pocas veces los recursos musicales fueron puestos con tanta eficacia al servicio común como en el caso de nuestra querida y subvalorada zarzuela. Si en sus formas cabe cualquier expresión musical, desde las romanzas hasta los coros, los bailes o los momentos orquestales, en su contenido puede encontrarse un reflejo del devenir de la sociedad española desde hace doscientos años. Cualquier tipo social tiene aquí su imagen, algunas veces convertida incluso en arquetipo. Ahí está, por ejemplo, don Hilarión, esa insuperable figura del viejo que se niega a serlo y cree que en el dinero está toda solución, hasta que la realidad le pone en su sitio con toda crudeza. A veces se roza la cuestión política e incluso se satiriza la visión que de su poder tiene la autoridad, pero siempre dentro de un prodigio de gracia, majeza, brío, donaire e ingenio. Porque, entre los rasgos que definen la zarzuela, y que la diferencian conceptualmente de la ópera, está el del carácter positivo de sus personajes. Envueltos, casi siempre a su pesar, en los mil problemas cotidianos, de amor, de dinero, de ley, de trabajo, siempre tendrán presente el lado bueno de la vida y no dudarán ni por un instante de que todo alcanzará una solución. Lo negativo queda para la vida real. 

La zarzuela es nuestra gran música nacional, y una vez más -como en el caso de nuestro idioma, nuestros hechos históricos o nuestra visión de la vida- no parecemos ser del todo conscientes de lo que tenemos. Esa es quizá la gran asignatura pendiente del carácter español.

No hay comentarios: