miércoles, 20 de mayo de 2020

La cara interna del drama

Es difícil ya decir algo más sobre esta epidemia que nos paraliza el vivir diario y nos atemoriza por dentro, por mucho que intentemos tratarla con indiferencia. Tengo ante mí el dichoso espacio en blanco y siento más que nunca la dificultad de llenarlo, porque creo que ya todo es redundante y que lo que no se ha dicho es porque es muy difícil de decir. Se ha analizado hasta el hartazgo todo lo que rodea al virus desde el punto de vista sanitario, social y económico; se han mirado con lupa todas las decisiones del Gobierno y criticado sus bandazos y errores en todos los tonos; cada sábado el presidente nos da en televisión un largo discurso para explicar la situación según le conviene; gentes con más atrevimiento que credibilidad opinan continuamente en tertulias monotemáticas, y hay cadenas que en sus informativos se empeñan en convertir en noticias las anécdotas más intrascendentes, unas veces simplemente para rellenar espacios y otras con clara intencionalidad partidista. Todo lo que se diga suena ya a repetición. Un único tema bullendo en el candelero informativo durante dos meses deja poco lugar a cualquier mirada novedosa. 
Pero hay otro mundo infinitamente más rico y mucho más humano, en el que está todo por decir porque no se puede. Si lo anterior afecta al conjunto y se dispersa en él, este hiere lo más hondo de los corazones, allí donde reposan los sentimientos más queridos, y aquí las palabras no alcanzan. Revelan su incapacidad para transmitir lo que solo se puede entender en el silencio. Frente al drama general, imagen abstracta, lo que importa a cada uno son sus dramas particulares, esos que se sufren en el pequeño espacio de intimidad que nos concede el cariño: el sufrimiento de la pérdida inesperada sin más consuelo que un beso de adiós a distancia; el dolor de imaginar los últimos momentos de quien tantas veces te abrazó, buscando con su última mirada la cara querida que alivie su angustia final; la tristeza imposible de compartir; la maldita certeza de la ausencia definitiva. Qué miseria de defensas tenemos ante ese vacío, que ya nunca se va a llenar. 
 Ahora las palabras dan vuelta sobre sí mismas sin alumbrar nada nuevo. Lo que está por decir es lo que venga después, y ahí sí que habrá mucho de qué hablar. Si el presente es consecuencia del pasado, el futuro solo cabe imaginarlo como un tiempo difícil y convulso, con un gobierno desorientado y zarandeado por las contradicciones internas, que no augura precisamente un tiempo de recogido sosiego. Tendremos que ser fuertes.

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