miércoles, 4 de octubre de 2017

Lo que queda al descubierto

Al igual que la tormenta que pone al descubierto la verdadera naturaleza del suelo que habíamos tapado y nos deja a la puerta la basura que teníamos oculta, los momentos de crisis nos descubren la auténtica sustancia de nuestros políticos y de todos esos personajes que parece que siempre tienen que decir algo en cualquier ámbito de decisión. Cuando la normalidad se quiebra y se siente el vértigo de las decisiones trascendentes, afloran, libres ya de disimulos, esos rasgos que definen realmente al individuo, y que solo conocen el espejo del baño y las zapatillas de andar por casa. En esos momentos podemos al fin conocer la verdadera cara de quienes hasta ahora han tratado de ocultarla. Nunca los que andan por cualquiera de los campos del poder fueron tan transparentes, eso sí, muy a su pesar. Esa definición de la política como el arte de engañar a los hombres es cierta, sí, pero siempre termina siendo un engaño con fecha de caducidad.
Por el lado de los sediciosos todo ha quedado muy claro; no les queda ni un solo rincón donde acogerse al disimulo. Ya sabemos lo que vale la palabra de su policía, su fidelidad a la ley que prometieron y el valor de su relato de la verdad. Se aclararon también las habituales medias tintas de algunos de sus personajes y personajillos: futbolistas, empresarios, clérigos, periodistas, actores, gentes de la farándula. Los que no tenían ya nada nuevo que descubrirnos son sus dirigentes, que parecen un desfile de figurantes salidos de algún retablo perdido en el tiempo, un calco de aquellos a los que ya se refiere una crónica decimonónica: Mas algunos dirigentes regionales jamás se detienen en su camino, y como se crean una nación para su uso particular, hacen poco caso de la nación verdadera.
Por el arco parlamentario nacional, la izquierda llamada moderada deja clara su eterna ambigüedad y su querencia a esconderse en la equidistancia: apoyo sí, pero ya veremos; la culpa es de las dos partes por igual. Lo que a la mañana es una afirmación rotunda, a la tarde se convierte en una interrogación; la declaración que se hace en Reus se oye justamente al contrario en Mérida. Luego está la extrema izquierda, y ahí sí que sabemos a qué atenernos. Los populistas se han quitado el velo definitivamente y han dejado ver por fin el fondo de su verdadero pensamiento: que España les importa un comino y que por ellos puede romperse en todos los pedazos que quiera, porque el derecho a decidir de una minoría siempre estará por encima de cualquier ley, aunque haya sido aprobada por la mayoría.
A cambio está el pueblo anónimo, que ha necesitado hacerse presente y lo ha hecho como mejor sabe, cubriendo las fachadas de sus casas con banderas nacionales como un acto de autoafirmación callada y un mensaje a quien corresponda de que lo que concierne a todos debe ser aprobado por todos. Pero tan solo es una respuesta de la sociedad silenciosa, o sea, del ciudadano de a pie, a cuestas con sus sentimientos y sus amores heridos. Ni una muestra en organismos públicos, en bancos, centros comerciales ni sitios parecidos. Será que los sentimientos más profundos solo admiten una manifestación individual para que puedan verse como auténticos. O puede que en el fondo no sea más que cobardía.

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